Me parece intrigante cuando conozco a alguien que, desde muy temprano en la vida, demuestra tener claridad de su dharma, y ​​que, además, sigue firme en perseguirlo, incluso ante obstáculos y pruebas a lo largo de la jornada. Esta fue mi impresión sobre Acarya Rainjitananda Avadhuta durante nuestra conversación: la de que él es un escogido.

Brasileño, de Rio de Janeiro, pasó la infancia en una hacienda en Minas Gerais, y a los diez años, fue a la capital, Belo Horizonte. En la facultad, estudió ingeniería y, a punto de graduarse, pasó a interesarse por filosofía, con sed de allí encontrar las respuestas para las ansias que mueven al ser humano. En la biblioteca, le cae a la mano un libro sobre la filosofía del yoga, que le llevó a iniciar clases en Hatha Yoga. Su profesora, entonces, le regaló el libro Autobiografía de un Yogui, que narra la historia de la vida de Yogananda, un swami indio. «El libro me dio mucha inspiración para ser un swami», relata.

Días después, la clase de amigos estudiantes de yoga fue invitada a conocer a un monje. Vestido de naranja, Acarya Bhaktapranananda Avadhuta entró en la sala y enseñó la danza kaoshikii y al final, invitó a todos a una conferencia sobre meditación. La sala de la facultad de derecho estaba llena de universitarios curiosos y afanados por el conocimiento de la espiritualidad. «Al final, nos quedamos sólo yo y él. Le hice muchas preguntas y pensé que él me enseñaría meditación inmediatamente.” Solo que no. El joven ingeniero era el último de la larga lista de iniciaciones que Dada Bhaktapranananda haría el domingo próximo.

Toda el agua busca el océano

“Recibí mi primera lección, medité. Pero nada sucedió. Me quedé un poco frustrado, pues tenía mucha expectativa, creía que era sólo repetir el mantra y alcanzar samadhi, como había leído en el libro. Era una ilusión «, Dada se acuerda. Con una mezcla de persistencia y atracción, cuestionó nuevamente a su mentor. “Usted hace meditación dos veces al día, regularmente», le dijo el monje. «¿Y cuántas veces usted practica?», preguntó el joven. «Yo hago por lo menos cuatro veces al día», el monje le respondió. Sintiéndose inspirado, Dada Rainjitananda se desafió a sí mismo: “¡Si él medita cuatro veces al día, yo también puedo!».

De ahí en adelante, su dedicación a la práctica y filosofía sólo se hizo crecer. Los beneficios comenzaron a aparecer, así como los desafíos y dudas. ¿Y la religión familiar? «Una vez, mientras subía la ladera para ir a el jagrti de Río de Janeiro, al mirar hacia lo alto, avisté al Cristo Redentor y en aquel momento entendí que Jesús me estaba guiando hacia allí, era una señal, y eso acabó con mi duda sobre estar en el lugar correcto. Cuando entré en el jagriti, había una foto de Baba muy bonita. Para mí, Jesús me había llevado hasta allí y me dejó en buenas manos.

La noción de crecimiento y ascenso de su trayectoria queda clara en la conversación.
Afilado como una lanza, que mira el blanco y corre detrás, y fluido como agua, que toca la piedra en el río y no para, él siguió el flujo. Para desaguar en el océano. «Hacerme acarya era una cuestión de tiempo. Fui iniciado en 1982 y un año y medio después estaba en la India». Allí encontró a Baba y lo veía todos los días. Después llegaron miles de personas al DMC, donde Baba daba un discurso y una mudra como bendición. De allí fue para el entrenamiento de acarya en Varanassi, ciudad sagrada de Shiva, donde ganó su nombre actual: ranjit significa colorido. Así se convirtió en un monje a quien el camino de la bienaventuranza está lleno de muchos colores.

Educado como ingeniero y monje, Dada Rainjitananda sirvió en Brasil, trabajando principalmente con PROUT. Ayudó a fundar un periódico, Moverse Juntos, sobre economía y sociedad, distribuido en retiros nacionales. También sirvió en África – Kenia, Zambia, Malawi, Tanzania, y en Europa, en Alemania e Italia. Desde el 2000 vive en Estados Unidos, donde es Secretario de la oficina del sector de Nueva York (América del Norte y Central y el Caribe). La unidad maestra donde vive y que administra, en la ciudad de El Cairo, cerca de Nueva York, posee una huerta que, con ayuda de otros dadas y margiis, produce bastante para el consumo, suministro en retiros y ventas. Están ampliando el inmueble, para albergar grandes retiros.

Llega en ese punto de la conversación y yo le pregunto, «Dada, usted conquistó todo lo que anhelaba?», esperando escuchar algo extraordinario, o una gran ambición al frente. Pero lo que muestra es simplicidad, reconocimiento, y el destello de curiosidad de aquel joven de Minas Gerais. «Cada día hay crecimiento, estoy realmente realizando cada vez más lo que Baba describe en su filosofía, veo cómo el mundo está cambiando hacia la dirección que él hablaba. El vegetarianismo está creciendo, la gente está buscando la espiritualidad, el comunismo se ha caído. «Estamos creando un gran cambio en ese planeta, y eso es muy gratificante», concluye él, en tono pacífico.

Por Taruna (Tatiana Achcar)